Las mujeres, el presidente y el poder

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Foto: Datos 157

Por qué el “centralismo democrático” con otro nombre o sin su verdadero rostro, también se ejerció en pasadas administraciones. Lo que poco se ha cambiado respecto a las críticas contra el “jefe” y el esquema gubernamental

 

En el Movimiento Al Socialismo (MAS) no se admiten críticas. Es cierto. Es el tiempo en el que todos se rajan las vestiduras. En el pasado, varios cargos públicos fueron cuestionados por pensar diferente durante la democracia pactada que gobernó el país por más de 20 años. En la época del MNR, el diputado Ernesto Machicao representante de ese partido político fue enviado a Corea del Sur en un puesto del servicio exterior, por no estar de acuerdo con el informe del titular de la cartera de Gobierno, Carlos Sánchez Berzaín, que pasó difíciles momentos ante una Comisión Especial que se conformó en la Cámara de Diputados, luego de que un avión DC 10 fletado por narcotraficantes salió del aeropuerto de El Alto con destino a Lima, Perú, cargado con 4 toneladas de cocaína.

Machicao fue crítico al informe y defendía el criterio de que el entonces hombre fuerte de su partido y mano derecha del ex presidente Sánchez de Lozada sea alejado del cargo hasta aclarar los pormenores de ese escándalo que se conoció con el nombre del “narco avión”. Es posible que los tiempos hayan cambiado, pero en materia política resulta casi imposible cuestionar al líder o enfrentarse a corrientes adversas al interior de determinado frente o partido político.

En el Gobierno del MAS las cosas no son diferentes. El vicepresidente Álvaro García Linera, que no es un cuadro orgánico del MAS, ya señaló la ruta. Dijo que en el MAS no hay espacio para los libre pensantes y que se ejerce el centralismo democrático en alusión a una tesis vicepresidencial que sustenta una especie de hegemonía del pensamiento. Es decir, que el principal partido de Gobierno no admite disidencias críticas y todos deben defender la causa aunque piensen distinto.

Ya se ha visto que algunos dirigentes del masismo fueron barridos no sólo por pensar diferente, sino porque en su momento estaban creciendo echando sombra a los líderes de la agrupación. Que lo cuente el ex ministro de Educación Félix Patzi o el de Aguas, Abel Mamani. Fueron removidos con escándalos que amenizaron una salida poco decorosa, abriendo frentes contra su integridad en el aspecto más íntimo de su vida privada.

 

Las mujeres en la crítica

 

Hay cierta aura positiva en la incorporación de mujeres en la conducción de la nave estatal. Antes no se habían abierto tantos espacios y la mujer seguía siendo una pieza de enjuague en la lista de las prioridades administrativas. Siles Zuazo se rodeó de casi todos hombres y naufrago en un mar de contradicciones. En el sucesivo Gobierno de Víctor Paz se conoció muy pocas damas en ministerios o en oficinas públicas. Banzer tampoco tenía especial predilección por las mujeres. Y en el gabinete de Jaime Paz Zamora, tampoco. Entre ellos y Gonzalo Sánchez de Lozada transcurrieron esos más de 20 años de vida democrática, con equipos cerrados casi exclusivamente de varones. La única excepción fue Lidia Gueiler, que ocupó la presidencia en los perturbados tiempos de los 80, cuando los militares se disponían a dejar sus privilegios. La única mujer presidenta de Bolivia fue depuesta por Luis García Meza.

El MAS dice que ha provocado en el país una verdadera revolución cultural. Y parte de este nuevo ciclo  es la participación de la mujer en la vida política nacional. Inédito, por ejemplo, que dos mujeres en 2012 y sucesivamente en 2013 hayan asumido las presidencias de amas cámaras legislativas. Ha abierto, además, espacio a las mujeres, igualando en el gabinete en número a los varones. Se dice entre los corrillos del poder que a Evo Morales le gusta rodearse de mujeres. Sabe que ellas son más leales, trabajadoras y que darían todo por atender al “jefe” en las funciones encomendadas.

Pero así como el grupo áulico y todos en la administración central están prohibidos de actuar con premisas, hay mujeres que después de ejercer cargos de importancia se han convertido en un dolor de cabeza para el primer mandatario. De acuerdo a la psicóloga paceña Elsa Ramírez esto se debe a que la mujer es más sensible a temas como la corrupción y las traiciones. “Los hombre pueden tragarse todo, las mujeres no, reafirma”. Ya se ha visto. Hace poco menos de un año la ex ministra de Defensa Cecilia Chacón renunció al cargo señalando que el primer mandatario se había desviado de las transformaciones que proponía su gestión. Fue poco después de la brutal represión a los marchistas del TIPNIS. Cecilia Chacón, todavía dolida por el decantar del proceso dijo que estaba dispuesta a constituirse en testigo en el proceso que se ha abierto en la Fiscalía para determinar responsabilidades e identificar a las cabezas de la brutal agresión a un grupo de marchistas entre los que además de niños y ancianos habían mujeres.

La ex titular de la cartera de Defensa estaba aclaró en sus declaraciones las dudas sobre un hecho que ella como mujer deploró a pesar de gozar de la confianza del presidente. Chacón reveló, contradiciendo a la cúpula gobernante, que la orden salió desde arriba; es decir que tanto el presidente como el vicepresidente y el cuestionado ministro de Gobierno Sacha Llorenti, fueron quienes dieron la orden para intervenir la marcha. La declaración quedó ahí, porque la justicia no se atrevió a señalar a los responsables actuando desde el llano.

Poco antes de fin de año cuando el Gobierno se disponía a presentar nombres para armar su estructura en la Asamblea Legislativa, la presidenta de la Cámara Baja, Rebeca Delgado, planteó que el cuerpo legislativo que entonces presidía, debía convertirse en cabeza de Ministerio Público para llegar al fondo del escándalo de la red de extorsión que actuaba sobornando jueces, fiscales para torcer fallos en la justicia. Delgado, sabía algo más dejando entrever que la red iba más allá de los “mandos medios” que fueron investigados e identificados como los responsables de la corrupción en la justicia. La declaración se convirtió en una verdadera bomba para el oficialismo. Cómo castigo se retiró su nombre de las listas para la reelección en el cargo y se escogió -nuevo equilibrio poderoso- a otra mujer con afinidades incuestionables al “proceso de cambio”. Sin embargo, las declaraciones de Delgado fueron un golpeó en la médula visceral del oficialismo porque a partir de ahí nada volvió a ser igual en la percepción que la ciudadanía se ha formado en relación a sus autoridades.

El alejamiento de Delgado no impidió sin embargo que ella siga activando críticas desde el lugar que se ganó como diputada uninominal por Cochabamba en la Asamblea Legislativa Plurinacional. Se convirtió en una voz incómoda para el poder que ya en sus tiempos como presidenta de Diputados mando varias veces emisarios hasta sus oficinas para pretender callarla. Fuentes de la Cámara de Diputados revelaron que su despacho estaba infectado de micrófonos y equipos de grabación.

Además de su valentía jugaba un papel a favor de Delgado: su simpatía y  carisma. Lo curioso es que cuando se le pide que profundice lo que en mérito a la verdad sabe se niega a hacerlo. Cuando  debió recibir a este medio en una cita anunciada con antelación en una desolada oficina del subsuelo en el Legislativo, su encargado de prensa dijo que la diputada estaba bloqueada en la zona de Obrajes cuando cinco minutos antes la redacción de la revista pasó por ese mismo lugar sin problemas. “Ella recibe parte de la situación…”, dijo el desubicado relacionista cumpliendo el encargo de la diputada. Lo que estaba queriendo decir es que Delgado está bastante desinformada y que sus fuentes no sirven de nada. Un desperdició para una mujer que podría adquirir otra dimensión política, pero duda, calla y cumple su labor a medias.

 

Las mujeres del poder

 

Al lado de la ex ministra Chacón y la ex presidenta de la Cámara de Diputados existes mujeres afines al Gobierno que se han dispuesto defender a rajatabla el “proceso de cambio”. Es el caso de la ministra de Comunicación Amanda Dávila que ha declarado que trabajar al lado del presidente es un apostolado. O la presidenta del Senado Gabriela Montaño que se ha convertido en una de las principales interlocutoras de la actual administración. Se sabe que las relaciones de Montaño con el presidente de la Asamblea Legislativa pasan por una interconexión de datos y afinidades evidentes. Hay otras mujeres en el Gobierno que se han declarado seguidoras de Evo con la misma virulencia que Dávila y Montaño. Es el caso de la ministra de Transparencia Nardy Suxo que no hace poco dijo en un programa de TV que siente gran admiración por el primer mandatario y que si le pidiera que renuncie seguiría admirándolo desde el puesto que disponga para ella.

 

Ni hablar de las hermanas Terán, viejas dirigentes del MAS en la región del Chapare que no necesitan actuar a la vista de un micrófono público dada su proximidad con el primer mandatario desde sus tiempos de lucha contra la erradicación de cultivos de coca en a región del Chapare. Sumadas ellas,  Leonilda Zurita y Silvia Lazarte son la inocultable manifestación de las lealtades. Pero ese es un hecho no trasciende en el día a día de la política ni en la vocería oficial, porque son dirigentes que están tamizadas en el Trópico de Cochabamba atendiendo otros asuntos de la actual administración.