Roberto Suárez: Manuscrito y encargo divino

Por Edwin Miranda Vizcarra
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Roberto Suárez

El nexo entre el narcotráfico, la dictadura militar y la SS en Bolivia.  “García Meza y su dictadura pusieron al servicio de Suárez en Bolivia a un grupo de mercenarios extranjeros alemanes, austríacos e italianos, bajo el mando del criminal de guerra nazi,  Klaus Barbie ( 25 de octubre de 1913/25 de septiembre de 1991), que había logrado la residencia en Bolivia con el nombre de Klaus Altmann y actuaba como asesor de las dictaduras militares”.

A principios de la década de los años 80, Roberto Suárez Gómez, era el narcotraficante más connotado de Bolivia. Según él, decidió ingresar en el negocio del tráfico de drogas, allá por la década de los 70, por encargo divino. Dios le había revelado que la hoja de la coca era un recurso estratégico que no debía regalarse a los extranjeros. Hacer de la hoja un negocio, permitiría además cancelar  la deuda externa boliviana que alcanzaba los 5.000 millones de dólares hasta entonces.

Inteligente y manipulador, Suárez también impuso nuevos precios a la pasta base de cocaína. De aproximadamente 1.800 dólares el kilo, subió a 9.000 dólares después que ingresó al negocio donde los colombianos no solo tenían el monopolio absoluto, sino también, el control sobre el mercado y comercio en Sudamérica.

Con todo el poder en sus manos, hacia 1983, el “Rey de la Coca”, como lo conocían en los círculos de la mafia organizada en Bolivia y el mundo,  había ofrecido pagar la deuda externa del país a cambio de la liberación de su hijo Roberto alias “Roby”. Ese mismo año, el eco de su fama llegó a lo más alto del crimen organizado. Así, Alejandro Sosa, el narcotraficante colombiano más importante, con vínculos incluso con el Ejército de Bolivia, abrigó lazos de amistad con Suárez, de quién Tony Montana (Al Pacino), realiza una descripción exacta en la película Scarface, film que está basado en vida del capo de la droga boliviana.

Roberto Suárez se entregó a la justicia en 1988 y, después de cuatro años en la cárcel de San Pedro en La Paz (1992), fue trasladado a la cárcel de San Sebastián en la ciudad de Cochabamba con  problemas cardiacos. Tenía 61 años. Preso, escribió un manuscrito de 500 páginas sobre su vida de ganadero y empresario. El documento nunca vio la luz pública, y hasta donde conocemos, murió junto a Suárez el secreto que contiene cada página.

En la cárcel, con la ayuda de un secretario, Roberto transcribió sus memorias. Prendido de un cigarrillo, muchas veces dejaba que se consumiera el pitillo para luego comerse la ceniza. Decía que estaba llena de potasio y era buena para su corazón, que le daba problemas desde fines de los 70. Suárez tenía teorías extrañas, era un próspero ganadero, era propietario de  veintidós estancias en el Beni donde mostraba con vanidad personal sus 35.000 novillos.

El manuscrito que nunca se publicó repasaba toda su vida, mencionaba sus logros de ganadero y empresario, y pasaba de puntillas por el tema del narcotráfico. Era un libro, como lo describió en unas memorias que escribió, Edmundo Paz Soldán, “…deslavado, inofensivo…”.

El afamado literato boliviano revela que los escritos de Suárez tenían la firme intención de ocultar sus actividades vinculadas con el tráfico de drogas y a cambio, ensalzaba un perfil de próspero empresario.

“…tuve miedo del momento en que debía darle mi crítica literaria: sus ojos color miel me fulminarían. Pero lo hice. Le dije que era entendible que él no quisiera ser recordado como un narcotraficante, pero que, si una editorial extranjera se interesaba en su vida, no era por el hecho de haber sido el principal exportador de ganado al Brasil…”, confiesa Paz Soldán.

Lo que Suárez sí puso de relieve y sin tapujos en sus escritos, fue la decisión que tomó para comprometer sus vínculos con el Gobierno de facto del ex general, Luis García Meza, y el coronel, Luis Arce Gómez (17 de julio de 1980).

“…estaba bien contar que había financiado el golpe de García Meza en 1980, impresionaba enterarse que los militares en el poder habían convertido al Gobierno en una narco dictadura (gracias a la alianza de Suárez con ellos; eran aviones militares los que despegaban del Beni llevando el cargamento de pasta base a Colombia), pero había que ser más preciso con los nombres y las fechas…”, dice el literato.

Don Roberto escuchó y no dijo nada. Su fortaleza física era una apariencia. En el fondo estaba cansado. Quizás recordaba sus momentos de gloria, cuando gastaba parte del dinero que le entraba a raudales en escuelas y postas sanitarias para los pueblos más alejados del Oriente boliviano (gracias a esos gestos, la revista Time lo había bautizado como un “Robin Hood de hoy”). Suárez fue liberado el 94 y volvió a sus estancias en el Beni. Seis años después, 1999, falleció por unas úlceras en el estómago. El manuscrito nunca se publicó.

Hitler en Bolivia

El ex dictador Luis García Meza, que gobernó Bolivia entre  julio de 1980 y agosto de 1981, pactó con Roberto Suárez Gómez, para sacar al país de la  pobreza extrema. La confesión vino de boca propia de Roberto. “…los cabecillas de la  dictadura militar, encabezados por García Meza y su ministro del  Interior, Luis Arce Gómez, me propusieron elaborar un plan a base de la producción y venta de cocaína, para financiar programas estatales…”, confesó tiempo después, cuando salió de la cárcel y aparentemente apostó al retiro.

El capo llegó incluso a mencionar a la DEA y la CIA, ambas agencias antinarcóticos y de inteligencia de los Estados Unidos, como promotores de inducirlo a comercializar drogas desde Bolivia al mundo. Los militares que gobernaban el país le dijeron que no debía espantarle la idea de delinquir “porque era por una buena causa, la de promover el desarrollo y sacar a Bolivia de la pobreza”, enfatizó.

García Meza y su dictadura pusieron al servicio de Suárez un grupo de mercenarios extranjeros alemanes, austríacos e italianos, bajo el mando del criminal de guerra nazi,  Klaus Barbie*, que había logrado la residencia en Bolivia con el nombre de Klaus Altmann y actuaba como asesor de las dictaduras militares.

La presencia nazi en el régimen militar de García Meza, es realmente sorprendente. dat0s logró recabar algunos testimonios históricos que llaman a la reflexión sobre lo que estaba sucediendo entonces en los círculos del poder.

Los mercenarios extranjeros al servicio del poder militar en Bolivia fueron hechos públicos en la revista italiana “Panorama” de septiembre de 1982. Entonces se pusieron al descubierto  numerosos detalles que permiten verificar, precisar, corregir, completar y profundizar la información disponible hasta ahora.

El golpe de Meza

Para los altos oficiales y los grandes traficantes de droga en Bolivia durante la década de los ´80, el servicio secreto nazi era gratis, mujeres incluidas. Los coroneles bolivianos se excitaban al oír cantar el himno de las SS. Para impresionarlos, varios de los mercenarios que arribaron al país lucían su uniforme negro, señalan  testimonios históricos.

Lo que también se descubrió es que fue en un bar de nombre Bavaria -en el corazón de Santa Cruz- donde se preparó el golpe del general García Meza, confesaron algunos de los mercenarios que cooperaron con el régimen militar en esa época. “…la gente nos tenía miedo. Por todas partes en Bolivia se decía que los alemanes de Santa Cruz tenían un águila que saca los ojos a los enemigos…”, declaró con orgullo uno de los matones a sueldo que prestó servicio a los militares en los años ´80.

Suárez, blindado por el régimen militar de García Meza y abrazado de la lealtad de conveniencia de los mercenarios, puso al servicio de los alemanes todo un paraíso en la ciudad de Santa Cruz.

Durante semanas vivieron días de ensueño. “…Don Roberto, así lo llamábamos los peones, tenía necesidad de hombres fuertes, de confianza, honestos y éramos los elegidos…”, dicen los testimonios que logramos recabar.

Las revelaciones, sin embargo, no terminan aquí. “…Suárez no quería perdernos. Puso a nuestra disposición una lujosa mansión en la calle Paraguá. Era nuestro cuartel. Viajábamos en Toyota Land Cruiser de vidrios oscuros. Éramos los supervisores del tráfico de la coca, comercio que dejó ganancias millonarias no solo para los militares en el poder, sino, para Suárez Gómez con lo que su poder creció definitivamente en el país…”, revelan en parte los informes clasificados que se lograron recabar de los mercenarios alemanes.

Mamá “Negra” y la hoja de coca

Roberto Suárez producía él mismo la hoja, pero también hacía acopio de aquella que producían los pequeños cultivadores. Su central estaba frente al cine Florida, en Santa Cruz. Apenas la ‘mamá negra’, su encargada, juntaba 200 kilos de ‘pasta’, nosotros los llevábamos al aeropuerto. Suárez tenía 28 pequeños aviones con un águila negra sobre el fuselaje.

Los capos de la mafia boliviana se habían comprado amplios territorios en el Beni para ocultar sus negocios. Había una pequeña pista en medio de los árboles donde aterrizaban los aviones. Antes de la intervención de los mercenarios en el negocio, sucedía con mucha frecuencia, que los colombianos pagaban con paquetes ya preparados conteniendo pocos dólares y mucho papel y escapaban lo más pronto posible mientras disparaban ráfagas de ametralladora. Pero esto cambio cuando Suárez delegó la tarea de cobrar el dinero de la blanca a los germanos. Desde aquel día, los colombianos empezaron a pagar regularmente. Tenían miedo y rabia de los alemanes. De regreso a Santa Cruz con el avión cargado de ‘verdes’. Suárez no hacía faltar nada y pagaba cinco mil dólares al mes por los servicios que prestaban los alemanes, una gran suma para Bolivia. No sabían dónde gastarlos.

La DEA y el mercado de la droga

“Yo no creo en esta guerra contra el narcotráfico, porque nadie va a erradicar el mayor negocio del mundo. De lo que se trata aquí es de la transferencia, de la intermediación”, afirmó Roberto Suárez Gómez cuando estuvo encerrado en el Panóptico de San Pedro de la ciudad de La Paz. Acusado por la Drug Enforcement Agency (DEA, agencia antinarcóticos norteamericana) y algunos sectores de la policía boliviana de ser “El Rey de la Cocaína”, Suárez Gómez fue detenido bajo estrictas medidas de seguridad.

Tenía 59 años cuando cayó preso a mediados de 1988 durante el Gobierno de Víctor Paz Estenssoro. Entonces declaró que se cansó de “vivir años a salto de mata” por lo que optó entregarse para demostrar su inocencia por los cargos que le imputaban.

En San Pedro, instalado en lo que fuera el taller de carpintería, en un ala de la penitenciaria, Suárez transformó su celda en un estudio. La cama de dos plazas y un par de colchones extras albergaban a su esposa y a sus dos últimos hijos, de 5 y 6 años, cuando pasaban temporadas con el padre. Un televisor, un Betamax, y una radio eran su contacto con el mundo exterior, además de las visitas familiares. Una mesa de comedor con cuatro sillas, una nevera y una cocinilla, además de un estante de madera, adornado con, macetas y flores, completaban el amoblado de la celda.

Cómo vivía no es nada diferente a lo que llegaron a tener, en su momento, Luis Amado Pacheco “Barbas Chocas”. Al igual que su antecesor, Amado, tenía las comodidades más increíbles. Desde un teléfono celular, claro está de última tecnología, hasta televisor a color y un VHS. No era parte de la masa en la cárcel, sino, una élite. Roberto, mostró lo mismo a sus compañeros de cárcel.

Su hijo mayor, Roby, estaba convencido de que, contrariamente a lo que parece, “los esfuerzos han sido por agrandar los mercados, bajar los precios y reafirmar una política dirigida hacia la corrupción permanente y endémica de los gobiernos de los países productores de coca, que los deja sin opción de sentar soberanía, especialmente en estas negociaciones llamadas cumbres”.

Suárez Gómez, padre, justificó esta afirmación vertida por su hijo y señaló entonces que, desde 1980, se habló de la sustitución de los cultivos de hoja de coca, pero “cuando las fuerzas especiales antidroga y los miembros de la DEA entraron a vivir en las zonas productoras, los cultivos de hoja de coca no bajaron, sino que aumentaron”.

Pero, además, según Suárez Gómez, la creciente producción de cocaína tiene facilidades para salir del país. “Los socios del sistema”, que, según Suárez Gómez, eran seis, “tienen luz verde para exportar a Estados Unidos, mientras que el otro 60% del tráfico es encubierto oficialmente”. El hijo mayor de Suárez señalaba por su parte que “son las cumbres donde se procesan planes de ajuste del monopolio de la economía de la coca y la cocaína por parte del Departamento de Estado que, desde hace 16 años, con Kissinger y Nixon, ejecutan un plan de control de las economías de los países andinos y que ahora culminan con el plan Bennett como instrumento de una política cruel”.

Menos vehemente que el hijo, el padre advirtió simplemente que el objetivo era solo delinear políticas y estrategias de lucha contra el narcotráfico. “La idea aquí es la transferencia de la intermediación de la cocaína” a zonas más cercanas y de más fácil acceso a nuevos y potenciales mercados de consumo.

Las cifras del negocio ilícito de la cocaína a nivel mundial superan la de otros negocios legales que, hasta hace poco tiempo, estaban considerados como los de mayor rentabilidad. Sólo en América Latina, el volumen de operaciones, según fuentes oficiales supera con creces al monto de la deuda externa de la región. Desde su celda en La Paz, Suárez Gómez afirmaba que es posible controlar el narcotráfico sin derramar sangre.

¿Cómo? Hermético en su plan, dejaba apenas entrever que podía establecerse un nuevo monopolio en la producción de cocaína, en los sectores de consumo a base de precios accesibles a elites solamente, es decir, altamente prohibitivos. Pero a cambio, pudiera popularizarse toda la gama de productos derivados de la coca que no son nocivos en absoluto para las mayorías. “Yo termino con el problema en menos de un mes”, afirmaba en connotado narcotraficante.

Un golpe duro en su vida fue la muerte de su hijo “Roby”, acribillado a tiros en la ciudad de Santa Cruz por las mafias que su padre lo  había relacionado en vida. El asesinato de su hijo descubrió en él la otra cara de la medalla: la de un personaje conmovido por la muerte de uno de sus seres queridos. Ese episodio acabó provocándole mucho dolor y sufrimiento y sus últimos años de vida. Tres meses después de la muerte de “Roby”, Roberto Suárez Gómez murió alejado de toda actividad, retirado en una estancia contemplando desde el ocaso de su carrera que todas sus propuestas “patrióticas” no habían dado resultado.

 

Este artículo fue publicado por primera vez por la revista dat0s, en octubre  de 2012

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*Klaus Barbie, el carnicero de Lyon

En julio de 1987, el hombre apodado “el carnicero de Lyon” entraba en los juzgados de la ciudad francesa escoltado por dos policías tras haber sido detenido en 1982, a sus 69 años, en Bolivia y extraditado a Francia un año más tarde. Klaus Barbie fue un alto dirigente nazi que perteneció a la Gestapo destinado a Francia durante la ocupación alemana en la Segunda Guerra Mundial. En el juicio al que fue sometido se le consideró responsable de la muerte de 4.000 personas, de la tortura de más de 14.000 ciudadanos franceses y del envío a los campos de concentración de 7.500 personas, entre ellas un grupo de 44 niños judíos, por lo que recibió una condecoración especial. Además, fue el responsable de la tortura y muerte de Jean Moulin, uno de los principales líderes de la resistencia francesa. Tras años escondido en latinoamérica colaborando con la CIA y con las sucesivas dictaduras bolivianas, fue desenmascarado y sentenciado a cadena perpetua por crímenes contra la Humanidad.

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