Cholitas luchadoras. Trabajadoras y madres bolivianas

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Foto: Los Tiempos

El cachascán, del inglés catch-as-catch-can (agarra lo que puedas) es en Bolivia, Perú y otros países americanos el nombre de un deporte que combina disciplinas de combate y artes escénicas. Es el equivalente a la lucha libre y su práctica ha dado un giro en Bolivia desde hace 12 años. Las cholitas son mujeres mestizas que trabajan y son madres a tiempo completo. Los fines de semana se convierten en guerreras y suben al ring por su pasión por este espectáculo, para enfrentarse a los estereotipos y reivindicar su posición como mujer en la sociedad.

Con los años su popularidad las ha llevado a figurar en distintas campañas publicitarias. Tal es el caso del más reciente spot comercial de la empresa Campofrío, que hizo famosas en España a Jenny Mamani y Leonor Córdova, conocidas como Martha la Alteña y Ángela la simpática.

Más de un autor clama ser el inventor de esta variante del cachascán. Mamani afirma que los inicios de las cholitas luchadoras se dieron paralelamente a la denominada Guerra del Gas, el nombre dado a los conflictos desde septiembre a octubre de 2003 en La Paz, relacionados con la exportación de gas natural de Bolivia a EE UU y México por Chile. Ante la tensión social por los problemas de ese país, el Gitano -un luchador y promotor local-, buscó un “detonante” para recuperar la atención de los alteños, y de ese modo se empezó a entrenar a mujeres con pollera (falda tradicional), recuerda Martha la Alteña.

Mamani tiene la lucha libre en la sangre. Su padre, su hermano y su hermana también se subieron a un ring. Sin embargo, revela que uno de los mayores impulsos que la llevó a convertirse en una luchadora fueron los abusos físicos de su exesposo. Admite que esos momentos la volvieron más fuerte y por eso está donde está.

Martha la Alteña tiene dos hijas y un bebé de dos años. Durante la semana trabaja en su taller de confección de ropa de cholitas. Dice que sus hijas le han pedido que deje la lucha libre, porque cada fin de semana la ven llegar dolorida. “Me han partido la ceja, se me ha dislocado el codo, lo tengo todo mutilado. Me encanta la lucha, por eso, cuando llegó a casa, les digo que estoy bien”, agrega.

Córdova creció rodeada por sus hermanos y ellos no la dejaban participar en sus juegos por ser mujer, situación que ella no toleraba. A sus 14 años su familia pensó que iba a tomar unas clases de defensa personal, pero en realidad comenzó a entrenar lucha libre.

Dejó la lucha cuatro años y a los 23 regresó para luchar como cholita. Tiene un hijo de nueve años y está separada de su esposo. “Para mi hijo soy una luchadora todos los días. No solo porque me subo al ring, sino porque yo saco adelante a mi familia”, afirma.

Tanto Mamani como Córdova consideran que a través de la lucha libre han aportado “un granito de arena” a la reivindicación femenina. A las otras cholitas no les gustaba la idea de ver a una mujer con pollera en el ring, recuerdan. Además, les decían que eran una “vergüenza” porque hacían ver “mal” al resto.

Estos reproches cambiaron con los años. Ambas concuerdan que las otras mujeres de pollera ahora las respetan y apoyan. “Es difícil mantener a tus seres queridos, dedicarse a la lucha y tener un trabajo o negocio. Ahora vemos a cholitas en altos cargos, con eso afirmamos que la mujer con pollera puede y debe estar en cualquier actividad que ella se proponga”, finaliza Mamani.