La primavera financiera y la desigualdad

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La igualdad hizo entrada oficial en el discurso del Banco Mundial y el Fondo Monetario Internacional (FMI) la semana pasada, durante la reunión de primavera de los gobernadores de estas instituciones, creadas hace setenta años en la conferencia de Bretton Woods. En lo que algunos ya están denominando “la primavera del FMI”, en alusión a las revolucionarias “primaveras árabes” o tal vez a la ya más lejana “primavera de Praga” de 1968, nuevos vientos conceptuales hicieron irrupción en el organismo multilateral, más conocido en el mundo como celoso guardián de la disciplina monetaria que por sus innovaciones conceptuales.

En su discurso ante varios cientos de ministros de Economía y gobernadores de bancos centrales de todo el mundo y en su “agenda mundial de políticas”, el informe oficial a los miembros, la directora gerenta del FMI, Christine Lagarde, enfatizó que la desigualdad es un obstáculo para la economía y no un aliciente. “Me dicen que por qué me preocupo por las desigualdades, que ese no es tema del Fondo”, admitió en entrevista con el New York Times. Y su respuesta a esta observación es que “el FMI se ocupa de la estabilidad financiera y todo lo que la pone en peligro, financiera o macroeconómicamente, es parte de nuestra obligación”.

Por su parte, en el prólogo al informe sobre Perspectivas de la Economía Mundial, Olivier Blanchard sostiene que “a medida que los efectos de la crisis financiera se disipan lentamente, el panorama puede pasar a estar dominado por otra tendencia: el aumento de la desigualdad de ingresos”. Desde su autoridad como economista jefe del FMI, Blanchard explica que “hasta hace poco no se creía que [la desigualdad] tuviera fuertes repercusiones en los resultados macroeconómicos”, pero tal suposición “está cada vez más en tela de juicio”.

Christine Lagarde promete que, en adelante, “el FMI proveerá asesoramiento político sobre temas críticos como el envejecimiento, los cambios ambientales y la desigualdad”. Sin embargo, esta primavera conceptual, cimentada en varios informes de los equipos de investigadores del organismo, todavía está lejos de encarnarse en las condicionalidades concretas del FMI a los países a los que “rescata” o las recomendaciones sugeridas en sus inspecciones regulares a los miembros.

Deborah James, directora del Center for Economic and Policy Research (CEPR) de Washington, sostiene que “las políticas que el FMI impone todavía hoy están exacerbando las desigualdades de una manera impresionante”. Ucrania, por ejemplo, acaba de firmar con el organismo un préstamo de 27,000 millones de dólares, a cambio de los cuales se compromete a adoptar un plan de austeridad que incluye rebajas masivas en las pensiones y cuarenta por ciento de aumento en el costo del gas con el que los ucranianos cocinan y calientan sus hogares.

En 2011, el FMI ya había prometido que sus condiciones serían “adecuadas a las necesidades de cada país, más claras y menos numerosas”. El grupo de estudios Eurodad analizó los préstamos otorgados por el organismo financiero después de esa promesa (veintitrés operaciones en veintidós países) y concluyó que el número de condiciones en realidad aumentó. En todos los casos el FMI impuso medidas fiscales tales como limitar los gastos públicos, la inversión en servicios públicos de educación, salud y seguridad social, y los salarios que paga el Estado. Además, en cinco países exigió la introducción de impuestos regresivos (que aumentan la desigualdad), como el impuesto al consumo (IVA o IGV). En casi todos los casos las condicionalidades del FMI se complementan con otras impuestas por el Banco Mundial, para los países en desarrollo, o el Banco Central Europeo y la Unión Europea, para los casos de Grecia y Chipre.

Jesse Griffiths, director de Eurodad, observa que veinte de los veintidós países “ayudados” por el FMI ya habían requerido ayudas hace menos de diez años y la mayoría de ellos están reincidiendo en menos de tres años. “Eso quiere decir que el FMI está ayudando a países que son insolventes”, explica Griffiths, “cuando su cometido es apoyar a quienes tienen problemas coyunturales de iliquidez”.

La consecuencia es que las restructuras inevitables de las deudas se postergan y el país endeudado se desangra lentamente.

Deborah James enfatiza que el FMI debería ser más activo para promover la cancelación de la deuda de países como Jamaica, con una deuda mucho más grande que el total de su producto anual y que se empobrece con cada acuerdo con el organismo. “Es necesario un mecanismo mundial para resolver los problemas de las deudas soberanas”, agrega.

El CEPR estudió la “influencia blanda” que el FMI ejerce a través de sus consultas regulares con los gobiernos europeos y encontró, entre 2008 y 2011, “un patrón consistente de políticas macroeconómicas que buscan achicar el gobierno y reducir el gasto público” mediante políticas que “reducen la protección social para amplios sectores y reducen la parte de los trabajadores en el ingreso total”.

El resultado inevitable es más exclusión, más pobreza y más desigualdad. Una de cada cinco manifestaciones callejeras en todo el mundo, según la base de datos de la Universidad de Columbia, tiene al FMI como causa.