Populismos de derecha: Donald Trump y Jair Bolsonaro

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Foto: AFP

Radicalismo en los Estados Unidos y Brasil

El primero ganó la presidencia de los Estados Unidos hace poco más de dos años, 108 semanas, 756 días… O, lo que es lo mismo, ¿tiempo que se parece a una eternidad? A estas alturas de su presidencia, cuando ya sólo le queda la segunda parte de su mandato, se pueden sacar muchas conclusiones sobre la clase de presidente que es Donald Trump. Hay uno de sus rasgos, el de impredecible, que destaca sobre el resto. El Trump impulsivo que coge y twittea poniendo patas arriba no sólo a EEUU, sino al resto del mundo. Es la misma persona capaz de perder unas elecciones (las legislativas disputadas la primera semana de noviembre) y alardear de que el resultado ha sido fantástico. También es capaz de, al día siguiente de la derrota de su partido, despedir al fiscal general de EEUU, por las tensiones provocadas sobre los supuestos vínculos de la campaña de Trump con Rusia.

 

Frente a todo esto, ¿saben qué hicieron los predecesores de Trump cuando se vieron en una situación parecida? Tras perder el control de ambas cámaras del Congreso en 2006, el entonces presidente George W. Bush admitió que habían “vapuleado” a su partido; mientras que Barack Obama resumió el resultado de las legislativas de 2010 como “una paliza”, después de que los republicanos le arrebataran el dominio en la Cámara Baja.

 

El caso es que el análisis que el propio Trump ha hecho después de la cita con las urnas no debería sorprender a nadie. Más que nada porque a día de hoy sigue hablando de su “tremendo margen de victoria” frente a Hillary Clinton pese que fue ella la que le aventajó en tres millones de votos. Todos ellos, por cierto, de “inmigrantes ilegales”, según Trump. Como él mismo diría… Fake News!

Trump pasará a la historia como el presidente que encarceló en jaulas a migrantes y separó a familias

 

Los mismos inmigrantes ilegales contra los que no ha rebajado ni un ápice su guerra verbal y política. Llegó a la presidencia prometiendo construir un muro con México y a estas alturas a nadie se le escapa que es bastante complicado que llegue siquiera a alcanzar un consenso sobre cómo erigirlo. Trump pasará a la historia como el presidente que encarceló en jaulas a migrantes y separó a familias. Su política de “tolerancia cero” con la inmigración ilegal ha causado estupor en el mundo entero. Aunque sin contemplaciones dijo que estaba decidido a impedir su ingreso a EEUU aun si esto provocaba una matanza.

Trump dice que lo ha hecho todo bien. Por decir algo dice hasta que, pese a todo lo anterior, él quiere que los inmigrantes vengan a EEUU “a través de un proceso legal” porque “cientos de empresas se están mudando al país”. De ahí que considere que no ha menospreciado a nadie y que son los medios los que están en su contra y los que mienten una y otra vez. Por eso retira credenciales a periodistas que no le gustan y por eso twittea algo con un Fake News que parece su firma.

Quizá también es culpa de los periodistas que haya perdido la Cámara de Representantes. No han tenido nada que ver sus comentarios y, en definitiva, sus políticas xenófobas y machistas. Por cierto, que si algo hay que agradecerle al presidente es que esos comentarios han despertado una movilización feminista sin precedentes en los Estados Unidos. En la era Trump la Cámara de Representantes tendrá un récord histórico de mujeres.

 

Estos dos años también han servido de algo a los demócratas, que han dado con la llave para volver a conectar con el electorado. De la lectura de los resultados de las elecciones legislativas se extrae la conclusión de que tenían que mantener sí o sí su apuesta por una coalición de intereses que represente todos los grupos sociales, políticos y étnicos. Un sector del partido pedía que los candidatos fueran más blancos y de clase media alta, pero los que han triunfado son los que han sido capaces de representar la pluralidad del país. Y por pluralidad se entiende más mujeres y más candidatos de distintas etnias y religiones. Trump insiste en que la gente le ama. Ensalza los buenos resultados económicos por los que pasa el país -que sí, es cierto que la economía crece y los datos del desempleo son los mejores en cinco años, pero no benefician a todos por igual- y se vanagloria de haber retirado a EEUU de tratados internacionales que costó mucho firmar. Es el caso del pacto nuclear iraní o el Acuerdo de París. A nivel internacional lo que sí ha llevado a rajatabla es su lema de campaña: su ‘América Primero’ ha resonado en cada encontronazo con la UE, en cada puerta que ha cerrado al consenso internacional tan necesario en asuntos clave como el cambio climático. A su favor juega el tanto que se marcó tras reunirse con el líder norcoreano Kim-Jong Un, algo inimaginable tras casi siete décadas de confrontaciones y veinticinco años de negociaciones fallidas a causa del programa nuclear norcoreano.

A nivel interno se le avecinan problemas en los próximos dos años. Al actual presidente no sólo le va a costar sacar adelante su agenda legislativa, sino que con los demócratas controlando la Cámara de Representantes, cuentan con una potente arma para desgastarle. Esta Cámara tiene la capacidad legal de poner en marcha comisiones de investigación sobre su proceder en los negocios o al frente de la Casa Blanca. Y aunque a estas alturas parece improbable, el partido de la oposición también tiene en su mano el iniciar un impeachment, el proceso de destitución del presidente que se inicia desde la Cámara de Representantes y cuyo veredicto corresponde al Senado.

Para todo esto Trump dice estar muy bien preparado. Tanto, que se permite el lujo de amenazar. Se negará a cooperar con los demócratas en temas legislativos si inician investigaciones en su contra desde la cámara baja y ha pronosticado que, si eso ocurre, le favorecerá de cara a las elecciones presidenciales de 2020.

Jair Bolsonaro

 

En la Segunda Guerra Mundial Brasil tardó casi tres años para romper con la Alemania nacista y apoyar a los aliados en la lucha contra Hitler. El motivo fue el hundimiento de navíos mercantes del país por la flota de submarinos alemanes en 1942. Pero los expertos diplomáticos brasileños precisan que esa tardanza es como una tradición de la diplomática brasileña, que siempre repudio el camino de la confrontación. A pesar de su tamaño, Brasil no fue potencia en términos mundiales. De esa manera sus decisiones en el plano internacional estuvieron guiadas por profundos análisis en las que pesan las ventajas y desventajas. Fue lo que ocurrió en aquella época; los empresarios a favor de mantener buenas relaciones con Alemania de Hitler y, por otro lado, el esfuerzo de la seducción norteamericano en caso se aliara a los aliados.

 

Hoy el mundo es distinto y todo indica que la política exterior brasileña ensayará una guiñada en su clásica posición de neutralidad a partir del inicio del Gobierno de Jair Bolsonaro. Por ejemplo, no será una prioridad, el Mercosur, que une a los países de América del Sur y tampoco el BRICS (Rusia, India, China y África del Sur). Brasil podría alinearse de forma casi “irrestricta” al Gobierno de EEUU. Bolsonaro y su equipo repiten el mantra de que Brasil debe acabar con el criterio ideológico para establecer alianzas con sus socios comerciales. El punto es que si estas señales se concretan, Brasil puede adoptar exactamente criterios ideológicos al formar alianzas con sus nuevos socios.

 

Se le reclama pragmatismo al buscar alianzas, incluso en el caso de los médicos cubanos que apoyan el programa Más Médicos. Lo concreto por ahora es que 58 millones de brasileños escogieron a Bolsonaro, para que haga lo contrario del PT. Un ejemplo son los acuerdos que el Gobierno de la más dura dictadura militar encabezada por Emilio Garrastazu estableció con la extinta Unión Soviética. Las relaciones comerciales entre los dos países crecieron en ese periodo. La cooperación se dio en la construcción de las usinas hidroeléctricas, exploración de petróleo y en el desarrollo de la tecnología del etanol como combustíble.

Integrantes de su equipo defienden que Brasil se convierta en una especie de Estados Unidos de los trópicos y que el presidente electo sea conocido como el “Donald Trump” brasileño

 

La posición ya expresada por su futuro canciller de reconocer la embajada de Israel en Jerusalén o la reducción del comercio con China se podría convertir en una peligrosa maniobra de su política externa. De igual manera menospreciar a los bloques internacionales o al comercio multilateral, Brasil corre el riesgo de caer en una especie de aislacionismo económico peligroso para su balanza comercial. “Las señales del equipo del Gobierno electo en Brasil en materia de política externa con bastante preocupantes, advierten analistas brasileños.

Se dependiese exclusivamente de los principales integrantes de su Gobierno el alineamiento con Trump seria integral. Durante la campaña y en la fase de transición, miembros de su equipo defendieron que Brasil se convierta en una especie de Estados Unidos de los trópicos y que el presidente electo sea conocido como el “Donald Trump” brasileño.

En la línea defendida por el PSL del presidente Bolsonaro, Brasil cortaría de forma unilateral acuerdos con Cuba, Bolivia y Venezuela y otros considerados como parte del bloque de izquierda del mundo. Su nuevo canciller, Ernesto Araújo, es un entusiasta de Donald Trump y contrario al “globalismo”, teoría que profesa y, que según él, paso a ser piloteada por el marxismo cultural. Araújo cree que los grupos marxistas pretenden imponer conceptos como forma de minar los principios básicos de la sociedad cristiana occidental. Para el futuro canciller, la idea de “inmigraciones ilimitadas”, esta “a punto de destruir las sociedades europeas y la norteamericana”. O credo que profesa coincide con las ideas de Bolsonaro y de su equipo. La pregunta central es cómo conciliar sus preocupaciones en relación a la “China maoísta” con el hecho de que la mitad de lo que el país exportó de commodities durante este año tuvo como destino precisamente el mercado chino.

Las convicciones del canciller no son muy pragmáticas a la hora de representar los intereses del país y la evolución del comercio que puede verse perjudicado con retaliaciones en varios frentes.