Al Qaeda europeo

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Las revoluciones fueron burguesas, liberales y republicanas en el siglo XIX. Los comunistas fueron dueños de la acción y la utopía en las revoluciones socialistas del siglo XX. El mito del siglo empezó con la revolución mexicana de 1910 y siguió con la rusa de 1917, la española en 1930, la china de 1949, la cubana de 1959, la vietnamita de 1964 y culminó con las guerrillas latinoamericanas y la muerte de Ernesto Guevara en 1967.

La ola revolucionaria degeneró. La lucha armada se mezcló con el secuestro, el cobro de cupos y todo tipo de crímenes en Colombia y el Perú.

En el siglo XXI los norteamericanos le dan a los comunistas su propia medicina. Auspician la utopía islámica y financian a los guerreros de Al Qaeda que se convierten en bombas humanas para castigar a los infieles laicos y comunistas y subir al cielo.

La CIA empezó esta respuesta cuando participó en la revolución húngara de Imre Nagy en 1956 contra la ocupación rusa, siguió con el apoyo a la ultraderechista sublevación polaca de Lech Walessa, continuó en Afganistán respaldando a los muyahidines contra el régimen prosoviético, siguió con las primaveras árabes y ahora se encuentra en Siria y Venezuela promoviendo la violencia callejera y el terrorismo suicida.

Esta estrategia lleva al extremo las movilizaciones populares contra regímenes laicos e izquierdistas como los de Assad y Maduro cubriéndose con el manto de la lucha democrática contra las dictaduras. El objetivo es eliminar a quienes se atreven a tener una política independiente del gobierno global de los trillonarios.

La CIA y Al Qaeda son socios estratégicos en su lucha contra la nueva Rusia.

Miles de jóvenes franceses, ingleses, belgas y españoles son entrenados en campos y escuelas secretas de Al Qaeda y enviados a practicar el terrorismo suicida. Hablan francés, inglés y alemán como lengua materna y portan pasaportes europeos. Pero su mito es una sociedad gobernada por las normas morales y religiosas del Islam. Si la utopía comunista se apoderó de contingentes juveniles que creyeron en una sociedad sin clases en el siglo XX, la creencia en una sociedad coránica terrena o en el cielo ganado con una muerte heroica es el ideal para estos combatientes en el siglo XXI.

En 2006, el juez Baltasar Garzón detectó que la red yihadista envía terroristas suicidas a Siria desde España. El ministro del Interior español, Jorge Fernández Díaz, anunció el año pasado la cooptación de cincuenta jóvenes hispano-marroquíes por Al Qaeda. Citando fuentes de la inteligencia belga, el diario Le Soir (La Tarde) de Bruselas afirma que hay doscientas personas con pasaporte belga en Siria. Bélgica acoge a los  chechenos que combatieron contra Rusia. Esos refugiados y sus hijos son ahora también la base de reclutamiento del terrorismo que se exporta desde Bélgica a Siria. Manuel Valls, ministro del Interior de Francois Hollande, ha revelado que setecientos franceses islámicos están combatiendo en las filas de Al Qaeda. La agencia de noticias española EFE, citando al periódico árabe Sharq al Awsat, estima en once mil los combatientes extranjeros procedentes de setenta y cuatro países que están combatiendo en Siria. Dos mil son europeos.

Mujeres británicas y tunecinas practican el Yihad sexual. Viajan a Siria para satisfacer a los militantes yihadistas. Las atrae el sentido heroico de su lucha, sus acciones espectaculares, su desprecio por la vida.

El Centro Internacional de Estudios sobre la Radicalización (ICSR) del King´s College de Londres, estima en cinco mil los europeos que se han alistado en la lucha armada.

Norman Benotman, presidente de la fundación británica Quilliam (William Quilliam fundó la primera mezquita en el Reino Unido en el siglo XIX), ha hecho un sombrío pronóstico: “Es probable que uno de cada nueve combatientes europeos en Siria cometa atentados una vez que regrese a su país de origen”.

Si se acepta esa hipótesis, la guerra santa podría encontrarse a las puertas de Europa. Pero los líderes occidentales no aprenden que no hay que jugar con fuego.

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