Pablo Escobar: el hombre que puso en jaque al Estado

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Hoy se cumplen 20 años de la muerte de quien fuera el capo más famoso y poderoso de Latinoamérica.

Tiñó de sangre las calles de Colombia y logró huir durante años gracias a las redes de apoyo que tejió en Medellín. Pero alguna vez tenía que cometer un error y así ocurrió aquel 2 de diciembre de 1993. Pablo Escobar habló más de la cuenta y la policía ubicó su escondite.

Ese día terminó la historia del delincuente más perseguido del país, cuyo nombre cruzó fronteras y fue conocido como el principal narcotraficante del mundo, el máximo jefe del cartel de Medellín y una de las personas más ricas del planeta, según la revista Forbes.

Ahora, 20 años después, el hombre que apretó el gatillo recuerda lo difícil que fue encontrar a El Patrón para acabar con una de las épocas más difíciles de la historia reciente del país, cuando un puñado de delincuentes logró poner en jaque al Estado colombiano.

El coronel retirado de la policía Hugo Aguilar fue el comandante del llamado Bloque de Búsqueda de Escobar y el encargado de propinarle el primer disparo, cuando el mafioso trataba de huir por el techo de una casa de un sector de clase media de Medellín.

Aguilar, que luego fue gobernador del departamento de Santander y ahora está preso tras ser condenado en un juicio por vínculos con paramilitares de ultraderecha, alcanzó al capo con un disparo por la espalda que le atravesó el corazón. Un teniente le hizo otro tiro que le salió por el oído.

El Bloque de Búsqueda, que llegó a tener cuatro mil miembros, había logrado ubicar su refugio con la colaboración tecnológica de la Agencia Antidrogas de Estados Unidos (DEA). El mafioso habló ese día por teléfono con su hijo y la llamada duró lo suficiente para que equipos satelitales dieran las coordenadas exactas del lugar.

Escobar comenzó a ganar poder en la década de los ochentas en momentos en que el país sufría una crisis económica y cuando el gobierno hacía frente a numerosos grupos guerrilleros que buscaban el poder por la vía armada, de los cuales aún sobreviven las FARC y el ELN.

Con un espíritu “empresarial”, Escobar vio una oportunidad de ganar dinero enviando cocaína a EU y para eso buscó contactos para comprar la materia prima, la pasta de coca, en Bolivia y Perú.

Pero el crecimiento de sus ganancias tenía que ser justificado de alguna forma y entonces Escobar buscó poder político, para lo cual se incorporó al Partido Liberal, a nombre del cual alcanzó a ocupar un escaño en la Cámara de Representantes.

Dueño de un discurso anti-imperialista y hasta con cierto tinte izquierdista, Escobar fue desenmascarado en el Congreso por el entonces ministro de Justicia, Rodrigo Lara, que militaba en un sector político empeñado en la lucha contra la corrupción.

Las acusaciones de Lara marcaron un antes y un después de Escobar, quien salió del Congreso y pasó abiertamente a la clandestinidad como jefe del cártel de Medellín y líder -en realidad casi un “dios”- de centenares de jóvenes pistoleros amantes del dinero fácil.

Su primer desafío al Estado fue en abril de 1984, cuando Lara fue acribillado en Bogotá dentro de su automóvil. Para Colombia fue el inicio de una época marcada por el terrorismo con innumerables coches bomba en las principales ciudades.

El cártel de Medellín destruyó la sede del servicio de inteligencia y el edificio del diario El Espectador, cuyo director, Guillermo Cano, también murió por los disparos de la mafia. Su osadía llegó a derribar un avión comercial en pleno vuelo.

Con el dinero de Escobar también surgió el primer grupo paramilitar para vengar el secuestro de la hermana de unos narcotraficantes por parte de un grupo guerrillero. Muerte A Secuestradores (MAS) fue el origen de las bandas armadas de ultraderecha que tantas matanzas perpetraron en los años ochentas y noventas.

Según John Jairo Velásquez Popeye, un pistolero muy allegado a Escobar que sigue en prisión, unas seis mil personas murieron en esa época en los atentados ordenados por El Patrón.

Uno de los magnicidios que más conmoción produjo fue el de Luis Carlos Galán, cometido en agosto de 1989, cuando era el favorito para ganar las elecciones presidenciales de 1990.

Escobar se entregó durante el gobierno de César Gaviria (1990-1994) tras el ofrecimiento de beneficios judiciales, pero después de un corto tiempo en una cárcel “de lujo” se fugó en 1992.

Su historia terminó el 2 de diciembre de 1993, cuando la conversación con su hijo lo delató.