Rebeldes surrealistas

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Un profesor brillante y metódico, cinco meses para planificar un robo perfecto y sesenta y siete rehenes. El único objetivo: entrar a la fábrica nacional de impresión de billetes, imprimir y llevarse millones de euros. La serie de Netflix, La Casa de Papel, es la serie extranjera más vista desde que esta plataforma existe. También es considerada como un fenómeno sociológico peculiar desde Argentina hasta Irán. Las series europeas, en su mayoría, logran tener ambiente y atmósfera únicos, algo que la producción americana nunca logra alcanzar, aunque se esfuerza al máximo.

Ocho personajes con los antifaces de Dalí, llevan nombres de ciudades y no tienen nada que perder. Están captando una audiencia impresionante. Se comenta que eligieron los antifaces con la imagen del gran surrealista para simbolizar el régimen dictatorial que tenía control sobre España durante décadas. Quieren ser los Robin Hood modernos y vengarse del sistema capitalista. Teóricamente, no se trata de ladrones comunes. Se supone que no matan y visten overoles de color rojo comunista. Este uniforme obrero simboliza la izquierda, la revolución y la lucha por la justicia.

El overol rojo también es la prenda que se muestra en los desfiles de alta moda de afamadas marcas como Chanel y Prada. Los ladrones de la Casa de Papel lucen bien en esas prendas rojas que se adecuan al diseño interior de la fábrica, sitio en el que se desarrolla la trama de esta serie.

La Casa de Papel es, de alguna manera, cierto homenaje a Reservoir Dogs de Tarantino, hasta a The Killing de Kubrik. Para completar el espíritu de la serie está la canción Bella Ciao, el himno de la resistencia italiana al fascismo, convertida en un fenómeno viral. Con esta canción se subraya la premisa que La Casa de Papel no es una saga sobre el robo. Por lo contrario. Es sobre la revolución, venganza y resistencia. Nos dice que la autoridad como concepto es anticuado y se debe percibir como un sistema que hay que destruir desde adentro, desde afuera, por encima y por debajo.

Los personajes de esta serie son jóvenes de los márgenes de la sociedad y por ello el mensaje de compromiso social y subversión suave. A eso se refería Bertold Brecht cuando hacia la pregunta: ¿es mayor crimen fundar o robar un banco? La Casa de Papel sacó del trono la serie House of Cards. A esta la queríamos porque era inteligente y además aterradora. Entonces sucedió Donald Trump y la ficción perdió sentido.

El cinismo frio y la realidad superaron la serie. La denuncia de MeToo contra el actor principal de House of Cards, Kevin Spacey, derrumbó las cartas. Al contrario, La Casa de Papel no pretende ser muy profunda y no se disculpa. Regala a su gran audiencia mucha adrenalina y construye, aunque sea solo en el imaginario; el romántico deseo de rebeldía. En cuanto a las mujeres, La Casa de Papel hace por las mujeres mucho más que House of Cards. El personaje de Nairobi con toda su locura a voz alta, su dramatismo imaginativo y su ingenua, pero muy presente valentía y sobre todo su fragilidad femenina es mucho más emancipada de la fría, elegante y maquiavélica y calculadora Claire Underwood.