La reconstrucción de la identidad indígena en la Bolivia de Evo Morales

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La geografía de La Paz es vertiginosa. La ciudad se encuentra en una especie de valle a más de 3.500 metros sobre el nivel del mar. A la distancia se ve la cumbre nevada del Illimani, la montaña más alta de la zona occidental de Bolivia.

Las casas se construyen en cualquier espacio de tierra disponible, así que muchas se encuentran en los bordes de los riscos. Los autobuses y los autos atraviesan con rapidez las empinadas calles llenas de huecos.

En los últimos meses, en el horizonte de La Paz se ve un nuevo elemento.

El sistema de funiculares “Mi teleférico” es la respuesta de Bolivia a un sistema urbano de metro. Las modernas cabinas en forma de burbuja que se ven en el cielo han generado mucha emoción.

El proyecto fue costeado por el gobierno, cuyas arcas están llenas debido al alto precio del gas que le vende a Brasil y a Argentina.

Fronteras difusas

Pero más que tratarse de un proyecto vanidoso, “Mi teleférico” tiene una importancia simbólica. Conecta a El Alto, que se encuentra en el altiplano boliviano, con La Paz, una ciudad con más recursos económicos.

Aunque ambas localidades son vecinas, con frecuencia parecen dos mundos totalmente diferentes.

Pero con la llegada del teleférico, la división se ha desdibujado.

Es, sin duda, uno de los objetivos del presidente Evo Morales. Su llegada al cargo en 2005 representó un gran cambio para Bolivia, por ser el primer mandatario indígena que ha tenido el país.

Y como la mayoría de los residentes de El Alto, Morales pertenece a la etnia aimara.

Presidente indígena

Los alteños piensan que el “presidente Evo”, elegido con la promesa de que gobernaría a favor de la mayoría indígena, ha hecho maravillas por el país.

“La gente va a diferentes eventos y habla aimara y quechua, está empezando a reivindicar su idioma. El alteño tiene una identidad. Antes no era así, la gente quería ser paceña”, dice Cecilia Enríquez, quien se encuentra a cargo del centro de mujeres Gregoria Apaza, en El Alto.

Según la directora de la organización, durante los ocho años que lleva el Movimiento al Socialismo en el poder, se ha puesto en marcha un proceso de reivindicación del indígena, “que es uno de los sujetos políticos” de la Bolivia de hoy en día.

“Ahora, ser una cholita (mujer indígena) es un símbolo de estatus. Muchas de las cholitas que dejaron de usar sus tradicionales faldas han comenzado a utilizarlas de nuevo porque ya no se sienten discriminadas”, afirma Enríquez.

Cuentas pendientes

Mario Durán, un bloguero indígena de El Alto, considera que existe un proceso de identificación con el mandatario.

“Él representa el ascenso social, la mirada de todos los alteños y el éxito, más allá del color de piel y de sus orígenes aimaras”, coincide Mario Durán, un bloguero indígena de El Alto.

Saturnina Quispe es costurera y enseña a las mujeres a hacer faldas típicas. Dice que la vida para los indígenas, que antes estaban sometidos, ha mejorado durante el gobierno de Morales.

Pero quedan deudas pendientes que se sienten en esta ciudad, bastión electoral del presidente indígena por antonomasia.

“El racismo ha disminuido, pero no en su totalidad. Hay que trabajar mucho en ese tema. Ya no debería existir, pero existe. Tenemos que cambiar esa realidad”, expresa Quispe.

Números exitosos

Evo Morales ha presidido una época de sólido crecimiento económico. El año pasado fue del 6,5%. La cifra representa el mayor incremento de las últimas tres décadas.

Incluso el Fondo Monetario Internacional, una institución ampliamente criticada por Morales, ha alabado sus prudentes políticas económicas.

“Tiene algo de suerte, debido al precio elevado de las materias primas. Pero al mismo tiempo, Morales le ha dado estabilidad al país en lo que respecta a problemas sociales”, dice Carlos Gustavo Machicado, economista del Instituto de Estudios Avanzados en Desarrollo en La Paz.

Uno de los grandes logros de Morales fue la aprobación de una nueva Constitución en 2009 que incluía un capítulo dedicado a los derechos de las comunidades indígenas de Bolivia.

Para muchos expertos es uno de los mejores textos legales con respecto a grupos autóctonos en el mundo.

“Es un documento muy importante. Es casi como retroceder a la época en la que Simón Bolívar creó Bolivia, en el siglo XIX, y decir: ¿Cómo podemos lograr un país más democrático e inclusivo?”, dice Maxwell Cameron, profesor de políticas latinoamericanas en la Universidad de British Columbia, en Canadá.

Cambios efectivos

Pero la constitución fue aprobada entre protestas y disputas. Muchas de las personas que se opusieron vienen de familias de origen europeo que se asentaron en las fértiles tierras del este del país, una zona rica en depósitos de gas y con importantes granjas agrícolas.

“Cambiar la Constitución no es lo mismo que cambiar el país. Las modificaciones tienen que implementarse”, añade Cameron.

En ese aspecto se han presentado grandes retos. Los medios de comunicación pueden calificarlo como agitador, pero también se le ve como pragmático.

Y es justamente ese pragmatismo el que ha llevado a algunos a cuestionar su compromiso con la causa indígena.

Tensiones

En 2011 Morales canceló el proyecto de construcción de una vía terrestre a través de una reserva forestal amazónica conocida como el Territorio Isiboro y Parque Nacional Isidoro Secure (Tipnis).

El objetivo era unir la zona del Amazonas de Brasil con puertos en la costa del Océano Pacífico en Perú y Chile. Pero la propuesta se archivó tras una serie de protestas.

Etnias indígenas dijeron que la vía destruiría su hogar. Para otras comunidades, sin embargo, era una necesaria forma de impulsar el desarrollo económico.

“Hay tensión entre la explotación de recursos naturales y el respeto por los derechos de la tierra de los indígenas. No solo en lo que respecta a Tipnis, sino con todo lo demás, particularmente en la zona en la que se encuentran las tierras bajas en las que están las reservas de gas y petróleo”, explica John Crabtree, académico y autor de “Bolivia: proceso de cambio”.

La guerra del gas y la identidad andina

Aunque nadie tiene dudas acerca de los cambios introducidos por Morales, muchos consideran que 2003 fue un año decisivo para los derechos indígenas.

En esa fecha hubo mucha tensión. Uno de los episodios más graves fue la “guerra del gas”. El conflicto, que dejó decenas de muertos y heridos, se inició debido a los planes que tenía Bolivia de exportar gas natural.

Los manifestantes temían que los ingresos generados por esta operación comercial iban a enriquecer a compañías internacionales y a dejar con muy poco a los bolivianos.

El Alto estuvo al frente de la demanda de nacionalización del sector. Se convirtió en una ciudad con la capacidad de cambiar políticas de Estado.

“En 2003 desarrollaron su identidad. La sociedad tuvo la voluntad de cuestionar el modelo económico, el social y el productivo”, afirma el bloguero Mario Durán.

El arquitecto Freddy Mamani es parte de esta celebración de identidad.

Se le conoce como el rey de la arquitectura andina y ha construido docenas de casas que le están cambiando el rostro a El Alto. Hasta ahora, la mayoría eran de ladrillo rojo y concreto.

Mamani dice que con el uso de pinturas de colores, formas geométricas y elementos folclóricos está rompiendo las reglas de la arquitectura tradicional.

“Con esta arquitectura quiero decir al mundo que Bolivia tiene su propia identidad”, comenta el arquitecto.

Poder

El prolongado doble mandato de Morales -que según las encuestas se extenderá cómodamente a un tercer período- no ha agotado, sin embargo, los reclamos de los movimientos indígenas, muchos de los cuales sienten traicionadas las promesas de la primera campaña del líder cocalero convertido en presidente.

“Hay una pequeña diferencia entre los conceptos indígena e indigenista. Muchas personas, pese a ser autóctonas, no apoyan los movimientos indígenas”, señala Crabtree.

“No tienen la agenda de los indigenistas -prosigue Crabtree- con respecto al territorio y a la libertad para explotarlo, algo fundamental para estos grupos”.

El Alto es un claro ejemplo de esta situación: una ciudad indígena por excelencia con habitantes que se consideran autóctonos, pero que no siempre se identifican con las comunidades rurales de campesinos.

Y la arquitectura de Mamani en El Alto da testimonio de esta nueva identidad empoderada.

Sus creaciones, ciertamente, son impresionantes. Salones de baile de dos pisos con capacidad para 1.000 personas, candelabros importados de China y luces intermitentes que salen de cada uno de las columnas que construye.

Entonces, ¿las políticas públicas de Evo Morales a favor de los indígenas los han enriquecido?

“Siempre ha habido aimaras ricos, millonarios. El problema es que no se identificaban con su cultura. Pero ahora, con este estilo arquitectónico, han dado un paso al frente para decir que son bolivianos, que son aimaras y que pueden mostrar su identidad”, concluye Mamani.