Las trampas de Google: así dirige tus búsquedas

0
373

En el mundo de las búsquedas, hace tiempo que Google dejó de ser una simple opción para convertirse en un estándar.

Porque ningún familiar, amigo o compañero de trabajo te dice que busques algo en un buscador de internet, te dice que lo busques en Google. Incluso el verbo googlear, que en castellano ha corrido una suerte dispar, es casi una palabra más en cualquier lengua de habla inglesa.

Sin embargo, hace tiempo que el gigante tecnológico de Mountain View, en pleno Silicon Valley, pareció abandonar su originario eslogan (Don’t be evil) para convertirse en una compañía con un poder inmenso, en continuo y rapidísimo crecimiento y que, como poco, levanta las sospechas de más de uno.

Porque hace tiempo que Google ha sido colocada en el ojo del huracán por todo tipo de agentes sociales y tecnológicos: grandes empresas, pequeñas pymes, startups tecnológicas, instituciones políticas, usuarios… Casi todos parecen tener motivos para echarle en cara varias cosas.

La (polémica) búsqueda personalizada

Quizá uno de los mayores problemas (aunque ni mucho menos el más conocido) de Google sea la ‘personalización’ de las búsquedas. Porque si crees que tus búsquedas en Google son total y absolutamente neutras, basta con que hagas una prueba: pídele a un amigo que haga la misma búsqueda que tú. Si comprobáis los resultados, veréis que estos no son ni mucho menos idénticos.

¿A qué se debe esto?. Básicamente, a que el portal suele guardar un mediano rastro de las búsquedas que haces en internet y recuerda los enlaces en los que has pinchado y aquellos que has desechado. Es decir, que si durante varios días buscas información -por ejemplo- sobre el aborto y normalmente pinchas en enlaces que se muestran a favor de dicha práctica, cuando vuelvas a hacer la misma búsqueda, los enlaces a favor del aborto tendrán un lugar ligeramente preferente en los resultados.

¿Neutralidad rota… o búsqueda eficiente?.

Y esto… ¿es bueno o malo?. Casi siempre dependerá de la visión del usuario, que puede entender que una acción así puede romper la pretendida neutralidad de la Red o que, por el contrario, se trata de un inmejorable proceso de eficiencia para que las búsquedas de los usuarios sean lo más fructíferas posibles.

Lo malo quizá sea que la mayoría de los usuarios desconoce esta práctica. Porque sí, Google informa de ella e incluso ofrece la posibilidad de eliminar el rastro de las búsquedas anteriores, pero, ¿quién sabe esto?. ¿Es una información que conoce el usuario medio?. Evidentemente no. Y, ¿debería conocerla?. Quizá esa sea la pregunta más importante.

Y es que muchos usuarios pueden sentirse manipulados al saber que sus búsquedas no son todo lo neutrales que les gustaría, pero tampoco parece raro pensar que otro significativo porcentaje de usuarios seguramente agradezca que el buscador monitorice sus experiencias previas y ofrezca unos resultados adaptados a ellas. Porque si un usuario acostumbra a buscar información sobre homeopatía y suele pinchar en los enlaces que critican la proliferación de estas teorías pseudocientíficas, ¿por qué iba a interesarle que en el futuro le sigan apareciendo en los primeros resultados de búsqueda un sinfín de webs que promocionan y aplauden una corriente sin evidencia lógica ni científica?.

Posible abuso de poder

Otra de las polémicas que salpica a Google (en este caso la mayor y más judicializada) tiene que ver con el posible abuso de poder que la compañía estaría supuestamente ejerciendo en las búsquedas que ofrece a sus usuarios. Todo comenzó en 2010, cuando la Comisión Europea inició una investigación para si analizar si Google estaba abusando de posición dominante en un continente en el que copa más del 90% del mercado de búsquedas.

A día de hoy, la UE mantiene una acusación formal contra la compañía , a la que señala como posible culpable de ofrecer una posición ventajosa a sus propios productos frente a los de la competencia en los resultados de las búsquedas.

Concretamente, el dedo acusador de la Comisión Europea se dirige hacia servicios como Google Shopping, Google Maps o Google News, entre otros, que estarían disfrutando de una posición ventajosa frente a otros productos similares de compañías que le hacen competencia al gigante tecnológico.

Google niega que exista monopolio alguno, pero la UE no es la única en acusarle. También lo hace Tim Wu, uno de los padres del concepto universal de neutralidad de la Red, quien hace pocas semanas publicó un estudio en el que pretendía demostrar que los resultados de búsqueda que ofrece Google no sólo no son neutrales, sino que, de hecho, siempre ofrecen una mejor posición a los productos y servicios desarrollados por la propia compañía.

Al final, las dos acusaciones parten de una misma premisa: dominar un mercado no es ilegal; abusar de él, sí.

La lucha contra las descargas

Otro de los frentes abiertos por Google en los últimos años tiene que ver con las descargas de música, cine y todo tipo de material protegido por copyright. Y es que hace tiempo que el buscador empezó a hacer que las webs de descargas perdieran relevancia a nivel de SEO, relevando y desplazando su importancia en los resultados de cada búsqueda.

Pero la cosa ha ido más allá. Desde 2011, el servicio ‘Instant’ (que va ofreciendo sugerencias de búsqueda a medida que el usuario va escribiendo) eliminó de sus sugerencias toda aquella palabra que tuviera que ver con el acceso a descargas o a cualquier tipo de webs desde la que poder acceder a este tipo de materiales.

Sin embargo, siendo justos, no parece que Google tenga toda la culpa de este hecho, ni mucho menos. De hecho, el portal siempre se ha posicionado en contra de eliminar los resultados relacionados con este tipo de webs, ya que consideran que esa labor de ‘policía de la Red’ no le corresponde. Así pues, las pocas veces que el portal ha accedido a eliminar resultados de búsqueda ha sido tras la insistencia de las autoridades de Estados Unidos o los distintos colectivos de discográficos o incluso del propio Hollywood.

La pregunta del millón: ¿debe ser neutral?

Llegados a este punto, la pregunta parece obvia: ¿está obligada Google a ser una compañía que ofrezca un servicio neutral?. ¿Deben ser sus búsquedas total y absolutamente objetivas? o, por el contrario, ¿está en su perfecto derecho en manipular (en el sentido estricto de la palabra) los resultados?.

La pregunta no parece tener una respuesta sencilla, desde luego. Y es que cualquiera podría argumentar que, no lo olvidemos, Google es una empresa privada y, como tal, no tiene por qué ajustarse a criterios neutrales y podría estar en su perfecto derecho de ofrecer los resultados de búsqueda que más le beneficien. Porque, pudiendo destacar sus propios servicios (como hace Bing con Microsoft o Apple con Siri), ¿por qué tendría que conceder ecuanimidad a los de sus competidores?.

Sin embargo, hay un detalle importante y muy a tener en cuenta. Y es que Google no vende fruta, precisamente, sino servicios de acceso a información. Y parece evidente que dicho acceso a la información es un derecho que toda institución (pública y privada) debe garantizar para que los ciudadanos y usuarios puedan acceder a una información ordenada no conforme al capricho de una plataforma, sino a unos criterios medianamente objetivos y transparentes. Y más aún si tenemos en cuenta que Google domina más del 90% del mercado de búsquedas a nivel mundial.

Además, también los diferentes portales web parecen tener un evidente derecho a que sus plataformas no sean discriminadas por un buscador. O, al menos, no por criterios ajenos a la calidad o relevancia de sus contenidos.

En este sentido, al final casi todas las webs acaban cayendo en las técnicas de posicionamiento natural (SEO) o el pago por aparición (SEM), que constituyen una especie de círculo vicioso en el que las webs recurren a todas las trampas posibles para posicionarse mejor y Google cobra por los servicios prestados.

Dicho de otra manera: visto el panorama, puede llegar a parecer medianamente comprensible que Google se vea tentada a la hora de elegir la manera en que ofrece resultados de búsqueda para satisfacer sus propios intereses. Sin embargo, la pelota no está ahora mismo en su tejado, sino en la de las instituciones (en este caso la UE), que deben decidir si esa evidente falta de neutralidad es permisible.